Testimonio


Mi nombre es Tomás E. Sánchez. Nací el 25 de Mayo de 1976, en San Rafael Oriente depto. de San Miguel, El Salvador. El presente testimonio, es para honrar y glorificar a mi Señor y Salvador Jesucristo. Espero que a través de estas palabras, muchas personas reciban bendición del Dios de los cielos y la tierra. Amén.

 

Infancia

- No había cumplido el año de vida, cuando caí de un precipicio de unos cinco a seis metros de altura aproximadamente; según cuentan, al caer quede inconsciente, como muerto; pero alguien me sacudió, me aventó hacia arriba varias veces hasta que volví en sí.

 

- tenía como cuatro años, más o menos, por andar corriendo y persiguiendo a un pollo o gallina, me fracture el codo del brazo derecho, el cual se me astilló y desde entonces me quedo un poco torcido.

 

- Como a los ocho o nueve años de edad, me dio una gran fiebre y mamá me llevó a curación -no sé si a la clínica o al hospital- pero cuando regresábamos a casa por una quebrada, encontramos a un vecino que se venía tomando su estómago, y nos dijo que un hombre que venía detrás suyo lo había herido. Vimos la sangre que salía de él y al hombre quien traía el machete o espada desenvainada, ensangrentada; por la condición en la que me encontraba, mamá me venía cargando en sus espaldas.

 

Cuando el malhechor nos vio, dijo algo así: Y éste viene enfermo... entonces le voy a ayudar para que ya no sufra... En ese momento levantó su mano y tiró el machetazo contra mí; como pudo, mamá se agacho, el machete paso tan cerca que sentí que tocó mi cabello. Un hombre que estaba por allí, vino a nuestro rescate, y sometió al malhechor que andaba ebrio.

 

Todo lo anterior, me ha mostrado la gracia y misericordia de Jesús para conmigo, guardándome de morir en varias ocasiones. Como yo, estoy seguro que muchas personas en el mundo pueden contar quizá cosas que Dios ha hecho con sus vidas, guardándoles de la muerte. Debemos saber que Jehová Dios es quien nos cuida, nos ayuda a sobrevivir en este mundo y lo hace para que conozcamos a su Hijo.

 

Mi infancia y parte de mi adolescencia, aparte de estos hechos mencionados, fue muy agradable. Recuerdo que cuando tenía entre siete y nueve años, una joven cristiana nos llevaba, a mis hermanas y a mí, a una reunión evangélica, a una escuela dominical (esto me gustaba mucho, aun hoy, cuando lo recuerdo, me trae mucha alegría). Me imagino, pues no lo recuerdo, que quizá allí, en una de esas reuniones, recibí a Jesús como Señor y Salvador.

 

Digo esto porque, desde que tenía como diez años, más o menos, me gustaba escuchar un programa en la radio, llamado "un mensaje a la conciencia"; por lo general, me despertaba antes de las seis de la mañana para sintonizar la emisora que lo transmitía, a las seis exactamente. También (y esto lo diré sin importar lo que alguien pueda pensar), me sentía diferente a los demás, diferente en el buen sentido de la palabra.

Aún me faltaba otra experiencia cercana a la muerte para tener un encuentro con Jesús, un encuentro siendo un joven, un encuentro bien consiente de lo que hacía.

 

Atentado

Amaneció como cualquier otro día, me levante a la hora acostumbrada, ahí por las ocho de la mañana; comí, luego jugué con mis amigos. En la tarde, salí al centro del pueblo (hoy ciudad) siempre con algunos amigos, a ver muchachas entre otras cosas; pero me sentí extraño todo ese día, como si presintiera lo que iba a suceder.

 

Era el ocho de septiembre de mil novecientos noventa y uno, la guerra civil en mi país estaba pronta a finalizar, pues se firmaría la paz a principios del año siguiente. Donde crecí, rara vez fue escenario de batallas entre la guerrilla y el ejército. Solo en una ocasión recuerdo que hubo una lucha encarnizada al punto que tuvimos que buscar refugio todos los del barrio en las afueras del pueblo, porque la pelea estaba fuerte en el centro del mismo.

 

Regrese a casa temprano, como a las siete de la noche, estábamos reunidos en la sala casi todos los miembros de la familia: Mamá, cuatro hermanas, un hermano, dos primos y yo (los primos una hembra y un varón vivían con nosotros en esos días). Papá había emigrado a Estados Unidos, hacía tres años. Nuestra casa no tenía luz eléctrica, la vecindad tampoco la poseía, nos alumbrábamos con un candil o lámpara de gas.

Las tinieblas prevalecían afuera y en los contornos, ambiente propicio para cualquier fechoría. Había un callejón que finalizaba frente a nuestra casa. Al otro lado de él -frente a nosotros- había dos casas (como a unos cincuenta metros), que nos daban la espalda. A la izquierda estaba otra a unos treinta metros, pero separada por una parcela. En general, no teníamos vecinos muy cerca.

 

Estábamos en la sala departiendo, platicando, bromeando... cuando, de repente... por la ventana, entro un objeto atravesando hasta dentro del cancel (parte que separaba la sala del dormitorio). Al caer, se oyó un sonido metálico, rodo un poco, luego... un gran estruendo, a continuación un zumbido ensordecedor, después... un momento de silencio; inmediatamente vinieron unos gritos pidiendo auxilio, que a voz en cuello cada uno de nosotros proferíamos. Al poco tiempo acudieron unos vecinos a socorrernos, yo estaba bañado en mi sangre, casi todos estábamos así. Los vecinos y un primo nos llevaron al hospital.

 

Gracias a Dios no hubo pérdidas humanas, pero mamá quedó muy dañada, al igual que mi hermana mayor y un primo. A mí me cayeron esquirlas en las piernas y en la frente. Lo de la frente no fue nada serio, en las piernas si me impactaron en los huesos, pero no fue tan grave. Aunque no hubo muertes, un oficial del ejército que estuvo en la escena, dijo que ese artefacto explosivo, tenía la capacidad para haber acabado con la existencia de todos nosotros. Hoy comprendo como mi Señor nos guardó para que le conociéramos y le agradezco infinitamente.

 

 

Reflexión

Este atentado o intento de exterminio, fue obra de una tía paterna; nos enteramos de esto -de quien había querido borrarnos de la faz de la tierra- unos días después del hecho. Siempre hay problemas en las familias, pero pienso que no existe un motivo tan fuerte como para querer arrebatar la vida de personas tan cercanas. La biblia dice:

"No matarás" (Exodo 20.13). Cuando no se tiene temor de Dios aunque se conozca los mandamientos se quebrantan a cada momento.

 

El temor del Señor es lo que hace que el ser humano se contenga, se frene en momentos donde su naturaleza carnal le dice que hay que actuar de manera violenta y que esa es la forma de resolver x problema. El temor de Dios viene a consecuencia de recibir a Cristo en el corazón, de entregar nuestra voluntad al que nos amó tanto que dio su vida en la cruz.

 

Dios nos enseñó y ayudó a todos los miembros de mi familia y a mí, a perdonar a esta familiar; pues gracias a él, no obstante sabemos quién nos quiso aniquilar, nunca tomamos, ni tomaremos represalias; es más, Dios nos ayuda a orar para que reciba a Cristo Jesús en su corazón. Es muy importante perdonar las ofensas que de una manera u otra recibimos de los demás, porque si no Dios tampoco perdonará las nuestras (Mateo 6.14-15).

 

Conversión

Estuve quince días en el hospital, las festividades de independencia las pasé allí; algunos de mis familiares estuvieron hasta un mes hospitalizados. Nos quedamos un par de días más en el pueblo y luego emigramos a San Salvador, ciudad capital de mi país. Papá tuvo que volver del extranjero para auxiliarnos. Nuestra vida cambió radicalmente después de este suceso, las comodidades que habíamos tenido, se irían, no obstante el momento de conocer a Jesús se aproximaba para toda la familia. Pocos meses después de esos acontecimientos, a fines de ese año, casi todos recibimos a Cristo como nuestro Señor y Salvador, solo papá lo hizo al año siguiente.

 

Al poco tiempo de llegar a San Salvador, comenzó a realizarse un altar familiar, campo blanco o célula en nuestra vivienda; así recibimos a Cristo, casi todos. La palabra del Señor dice: "Pero he aquí que yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón" (Oseas 2.14). Es triste, pero a veces, si no entramos en una situación crítica no buscamos a Jesús. En el caso de mi familia y mío, ese intento fallido de exterminio nos ayudó para ver hacia arriba y pedir perdón a Dios. Pienso que no es necesario estar al borde de la muerte para entregar la vida al Señor Jesucristo. En nuestro pueblo quizá nunca habríamos obtenido la salvación, así que gracias a Dios todo fue para bien.

 

Así conocí a mi Señor Jesucristo hace más de veinte años atrás. Bendigo a Dios porque ha tenido a bien el hacernos, a mi familia y a mí, parte de los redimidos del Cordero. Más.

 

Que Dios les bendiga. Amén.